Qué nostalgia recordar las playas con calles de acceso tierrosas y polvorientas, ese mismo que se mezclaba con la piel, se sudaba bajo el sol y ensuciaba la lata hirviente del vehículo que pasaba...
Tamarindo...
Lugar de ensueño. Arena limpia invadida por conchas y amortiguada por los pies descalzos de las tortugas que la palpaban con sus huevos.
Una que otra edificación, lejos del vavién cotidiano. Un hotel, dos complejos de cabinas, la marisquería de Henry, las casas de los pescadores y las pangas tomando el sol con los cúmulos de piedras y cangrejos.
Animales por doquier, culebras bailando su julio de apareamiento, los alacranes intentando respetar el espacio ultrajado por el concreto...y el polvo, siempre el polvo.
La oscuridad que iluminaba todas las estrellas, las luces de la marisquería iluminando el tronco seco que servía de palco para el atardecer. El estero que abrigaba manglares y cocodrilos, que de alguna manera protegían las crías de tortuga de Playa Grande de ser samueleadas por los incrédulos ojos humanos.
Hoy se puede transitar tan rápido que se han puesto reductores de velocidad, los hoteles se han proliferado como el Sida, las conchas se perdieron en los baldes de niños que al llegar a la ciudad las convirtieron en materia de desecho. Las cabinas tienen nombre anglosajón, las discotecas estridentes quebraron el bar de luz tenue que tenía como suelo la aún caliente arena entremezclada con una que otra tenaza de cangrejo.
Hay sucursales de todo, bancos y farmacias...
1 comentario:
Tamarindo al igual que incontables otras playas y poblados guanacastecos se pintó los labios rojo puta, se puso la minifalda de moda y las plataformas, el arito en el ombligo y la crema escarchada en el escote...a ver cuál es la suertuda que se queda con el gringo Sugar Daddy, el chancho de oro europeo...
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