

Después de las vacaciones, merecidas, disfrutadas y descansadas....vuelvo a la rutina cotidiana.....algo cansada, bronceada y contenta.
Guanacaste (provincia en el Pacífico costarricense) me abrió sus puertas inesperadamente un 2 de enero, allá por la frontera con Nicaragua, a 12 km para ser exacta. Sonzapote....no hay playa, está el Río Sapoá a 2km, no hay turistas, todos locales. Los precios son en colones, la antigua cantina del caserío se degeneró en iglesia cristiana aún en construcción (la esperanza es lo último que se pierde), hay dos pulperías y montañas, caballos, calle de tierra, casas con grandes terrenos y gente feliz, sencilla, tranquila, que observan con atención las historias de la que es su capital, pero de la cual están orgullosos y contentos de estar a 300km.
Don Hércules, campesino de 85 años que peleó en la guerra de 1948 a favor de los "calderonistas" a pesar de ser ahora liberacionista hasta con casa verde, viste sombrero, manos grandes y trabajadas más miles de horas al sol que le curtieron la piel como el mejor de los cueros. Su casa tiene dos habitaciones, de madera, un corredor con sillones viejos desde donde se sienta por las noches "a ver pasar carros" (el lugar cuenta con unas 20 casas aproximadamente). Los platanares y árboles de mango, naranja, limón, papaya y demás le cobijan sus noches y la cocina de leña en la parte posterior de la casa le augura café caliente y un siempre listo gallo pinto (arroz con frijoles). El piso de la cocina es de tierra y el tizne recubrió las pesadas tablas que hacen de su cocina la división del baño, el cual consta de una manguera resguardada por plásticos que hacen de pared.
En una tertulia nocturna, en la que él decidió contarme algunas de sus anécdotas sobresalió lo más importante. Es un anciano, su casa tiene una cama, unas sillas y un viejo televisor. Hay focos de batería para ubicarse cuando no hay luna, ya que la luz de la misma no la equipara ningún foco de baterías, como bien dice él. Don Hércules no anda pensando en la cirugía que le quite las arrugas provocadas por tanto sol, no se preocupa por el asma y la bronquitis crónica producto de tabaco puro (cultivado por él y del cual prescinde hace años) y el humo de la cocina, no le interesa saber si tiene o no sobrepeso, ignora qué es el colesterol, toma café negro a diario, cocina con manteca, desconoce que el sol produzca cáncer de piel. Cuenta de las noches en las que con unos tragos de más, "ahí por el río se le apareció La Mona" (mitad mujer, mitad mono), también recuerda como el hombre sin cabeza decidió mostrarle su tronco acéfalo y el orgullo de saber usar el machete para tranquilizar, aún hoy, a quien no se muestre agradable con él. Las tucas de leña para su cocina las corta él desde las 5am, luego de que su despertador infalible (los gallos) le anuncien la llegada de un nuevo día. Detesta San José pues las veces que ha venido no logra comprender como vivimos entre cárceles llamadas casas (por tantas rejas), él prefiere su parcela, su río, su Guanacaste, sus árboles y todas las plantas medicinales que él mismo emplea para curarse de sus males. Se siente feliz, agradecido con la vida pues tiene casa y vida, y aunque alardea de las cinco mujeres que tuvo en su momento hoy añora tener solo una y tenerla contenta, pero al no tenerla porque las que ha llevado a su casa le han robado lo poco que tiene, dice no pedirle nada a la vida, se siente en permanente deuda con ella.
Don Hércules vive en Guanacaste, la provincia que se ha visto asediada, prostituida y degenerada por el dinero, el algunas veces llamado "progreso". Las calles de tierra han ido abriéndose de piernas frente al petróleo, las aguas marinas cuentan ahora por miles las "E. Coli", los precios en muchos restaurantes y tiendas están en dólares bajo amenaza de no recibir colones, los lotes con vista al mar cuestan un millón de dólares americanos. Los árboles son derribados para dar paso a torres de diez y quince pisos que ocuparán los gringos retirados (en su mayoría) para tener sus últimos días de vida con vista al mar.
A Don Hércules le han ofrecido los extranjeros comprarle algunos de sus lotes (de 500 mts cuadrados aprox, cada uno) en un millón de colones. Don Hércules se vio tentado a vender una de sus tierras, "como no hacerlo si iba a ser millonario; Usted sabe...un millón!!" pero luego pensó que la tierra trabajada no se vende, se cuida.
Hoy me pregunto, cuántos campesinos como él se ven estafados a diario por alguien que por saber usar calculadora y chequera se quiere pasar de listo ofreciendo una cochinada por un terreno invaluable.
A Sonzapote no llega aún este "progreso", es aún de los guanacastecos, es aún Costa Rica. Ojalá y nos perdure.....
Guanacaste, enero 2008.